El mandarino llegó a casa en diciembre, con los frutos todavía verdes. En febrero, cuando terminó sus trabajos de producción (las mandarinas, deliciosas) y quedó por fin tranquilo, lo trasplantamos y, de paso, lo podamos un poquito.
(En teoría, al podar, las raíces sufren menos por el trasplante: al eliminar las hojas disminuye la evaporación, luego las raíces no tienen tanto trabajo buscando agua, luego pueden dedicar su energía a acomodarse a la nueva situación.)
También le quitamos cochinilla algodonosa, de la siguiente manera:
Día 1. Quitar las cochinillas con paciencia y un bastoncito (de los de limpiar los oídos) impregnado de aceite.
Día 2. Lavar las hojas con agua y jabón para quitar la melaza y los restos de cochinilla y de aceite.
Día 3. Lavar las hojas con agua sola para eliminar posibles restos de jabón.
Trasplantamos el mandarino a un nuevo recipiente que construimos especialmente para él, y que incluye un sistema casero de hidrojardinera: un depósito de agua y un tubo con flotador.
Ya veremos si al mandarino le gusta su nuevo alojamiento con agua a demanda.
Queda pendiente también la opinión de las tortugas, ya que el nuevo recipiente incorpora también su nuevo espacio de paseo. En cuanto llegue el calorcito y salgan a inspeccionarlo veremos su veredicto.
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