El otro día hablé del origen de mis semillas de tomate, hoy le toca al turno a las semillas de pimiento.
Cada vez que troceo un pimiento en la cocina me queda, supongo que como a todo el mundo, a un lado los trozos de pimiento y, al otro, el volcán de semillas.
Los trozos de pimiento los incorporo al guiso, sin mirarlos. Queda entonces el volcán, rebosante de semillas, mirándome burlón, “¿a que no eres capaz de despreciarme?”. Tengo más semillas de pimiento de las que podré sembrar en toda una vida, pero sigo guardando todas las que me encuentro por el camino.
He comprobado que, a diferencia de las semillas de tomate, las de pimiento primero hay que secarlas antes de sembrarlas, si no, se pudren bajo tierra. Es por eso que guardo el volcán en un rincón ventilado y discreto, con el tiempo va encogiendo y perdiendo humedad hasta quedar listo para su almacenaje.
Todas las semillas de pimiento rojo que he recolectado en mi cocina han germinado y han dado buenos frutos (entre uno y tres por planta). Una vez experimenté con semillas de pimiento amarillo (lo compré expresamente del super), no germinaron. Mi intención es ir probando con todas las variedades.
Alguien me dijo que los todos los pimientos verdes lo son porque se recolectaron antes de que les diera tiempo a cambiar de color. Yo sólo he experimentado con pimientos rojos y doy fe de que éstos primero son verdes, después pasan al color violeta y finalmente al rojo.