Desde enero que siembro y trasplanto con infinito cuidado. Anotando tiempos y condiciones, mimando las plantitas a cada segundo, buscando la mejor manera en cada detalle. Pero los resultados no han sido siempre buenos, en realidad me he acostumbrado a conseguir más fracasos que éxitos.
Hasta que llegó la primavera.
Las semillas que sembré en el exterior hace tiempo y que ya daba por inútiles germinaron, ¡todas!. Las plantitas que en estos meses he cuidado entre algodones olvidaron los lamentos y, rebosantes de fuerza, no paran de crecer. Las tomateras más avanzadas se han llenado de flores.
Pasando (afortunadamente) de mi y de mis cavilaciones, la primavera ha llegado y ha arrasado. El resultado: una buena lección de humildad para quien escribe y un renacimiento del huerto increíblemente espectacular.